Primeras páginas de Los Ángeles También Lloran - Concepción Liébana García

                                                     Los ángeles también lloran


San Agustín   

 La medida del amor es amar sin medida. 
 

Jacinto Benavente
En asuntos de amor los locos son los que tienen más experiencia. De amor no preguntes nunca a los cuerdos; los cuerdos aman cuerdamente, que es como no haber amado nunca.  

Prólogo:  

Ya habían pasado cerca de dos años desde que ella se separó definitivamente de él. Quizás nunca tuvo ningún buen motivo para hacerlo, pero sentía que era lo correcto. Jamás había soportado la distancia que les había separado por breves períodos de tiempo y estaba claro que no lo soportaría de manera permanente. No habría soportado las llamadas escasas de sentimiento, los olvidos de alguna fecha importante y, menos todavía, la impotencia de saber que le iría perdiendo sin que ella pudiera hacer absolutamente nada. Así que prefirió tomar el control de la situación y acabar con esa relación antes de que el gran amor que sentía la destruyera sin avisar.      
Nunca hubiera podido superar el hecho de que la dejase, por eso fue ella quien dio el primer paso. Sin embargo, eso provocó una reacción en cadena. Además de romper el corazón del hombre al que amaba, también rompió el suyo propio.      
Aún recordaba sus ojos; la expresión casi inerte de su rostro. No fue capaz de decirle la verdad. Se excusó diciendo que lo suyo no funcionaría de aquella manera; la declaración inapropiada salpicada por miles de kilómetros. La cama sería demasiado grande y vacía sin él, y no estaba dispuesta a pasar por algo como aquello.      
El tiempo había pasado, pero sus sentimientos por él no. Pero ya no podía hacer nada. Había tomado una decisión y sería para siempre. No volvería a verle, o eso era al menos lo que quería creer.

Libro: Primeras páginas!

Sus planes habían cambiado de manera fortuita. Ángela había recibido una llamada de última hora de su hermana pequeña y no había encontrado ninguna buena escusa para negarse a ir a verla. Aún seguía en shock cuando recordaba mentalmente la conversación que había tenido con ella. «Angy, voy a casarme». Esas cuatro únicas palabras sirvieron para hacerla despertar de su letargo.      
Se encontraba demasiado lejos de casa y a decir verdad, demasiado lejos de todo el mundo. Se había pasado los dos últimos años de su vida viajando de aquí para allá, con mucha más frecuencia que antes, haciendo su sueño realidad. Y es que ser actriz era algo que le encantaba. Subirse encima de un escenario e interpretar miles de papeles diferentes la hacía sentirse viva. El teatro era su gran pasión y desde luego suponía la mayor de las recompensas al finalizar un duro día de trabajo. Le gustaba lo que hacía, y al parecer conseguía transmitir ese mismo efecto en todo aquel que permanecía cerca el tiempo suficiente. Había recibido muchísimo reconocimiento y era responsable de las buenas críticas hacia su compañía de teatro.      
Decidió arreglarlo todo en cuestión de un par de días. Sentía un leve cosquilleo en su estómago, asomándose en los momentos menos apropiados. El frío la ayudaba a pensar con más calma, pero en el fondo sabía que todo aquel inesperado asunto carecía de toda meditación. Conocía muy bien a su hermana. Nora era propensa a dejarse llevar por sus impulsos, y por eso la mayoría de las veces se había metido en líos. Ahora sin embargo, parecía algo cambiada. Su voz había reflejado ilusión cuando la llamó. Había decidido que darle una sorpresa era la mejor opción y desde luego lo había conseguido.      
En cuanto las primeras luces de la mañana se divisaron a lo largo de todo el horizonte, Ángela salió de casa. Metió la única maleta que llevaba en el taxi que la había estado esperando desde hacía un buen rato. En cuanto se acomodó en el asiento, los nervios aumentaron. El aeropuerto estaba prácticamente desierto, algo bastante raro pero muy gratificante. A ella no le gustaban las multitudes colapsadas en espacios reducidos. Cuando subió al avión, comenzó mentalmente una cuenta atrás. Es lo que siempre hacía cuando el estómago vibraba por tanta incertidumbre. Podía considerarse una mujer muy valiente. Le daba pánico volar y aun así era justo lo que iba a hacer. Por esa vez, debía hacer una excepción. Su hermana pequeña se iba a casar y eso era algo que no pasaba todos los días.     
Durante el viaje intentó dormir en varias ocasiones pero le fue imposible. Demasiados pensamientos le venían a la mente y le era imposible desconectar. Se había bebido tres botellas de agua y aun así tenía la garganta reseca. Tenía el enorme defecto de tomárselo todo muy a pecho, dándole demasiada importancia a asuntos que no merecían tenerla.      
Serían cerca de las nueve de la noche cuando el avión por fin aterrizó y ella pudo volver a respirar con más calma. No tardó demasiado en abandonar aquella estructura voladora que le había dado tantos dolores de cabeza. El frío la golpeó en la cara y su cuerpo comenzó a tiritar. Se dirigió a una cafetería cercana y entró rápidamente. Pidió
un café bien cargado y se sentó en una de las mesas más apartadas. El calor la reconfortó bastante. Buscó su móvil en el bolso y marcó el número de teléfono de Nora. Tres pitidos y después la dulce voz de su hermana pequeña resonó desde lejos.        

—Nora, soy yo. —Estaba tiritando de frío—. ¿Dónde estás?     
—¡Angy! ¿Ya has llegado? ¿No se suponía que ibas a avisarme con un poco de antelación?      
—¿Avisarte? Te he mandando dos mensajes. ¿No los has recibido?     
—Me temo que no. —Hubo una pausa breve al otro lado de la línea—. En seguida estoy ahí. No te vayas a ningún lado, ¿de acuerdo?     
—Tranquila, hermanita. No me moveré ni un ápice.      
No tenía ni la más mínima intención de esperarla en la calle. Hacía demasiado frío y no estaba dispuesta a enfermar, así que terminó su café y se acomodó en el asiento de cuero granate. Se masajeó las sienes y comenzó a pensar una vez más en el motivo que la había llevado hasta allí.     
Media hora después, un coche comenzó a pitar. Ángela se sobresaltó e inmediatamente se puso en pie. Cogió la maleta y salió afuera. La noche era oscura y el alumbrado público no parecía ser muy eficiente. Dio unos cuantos pasos y paró en seco. Entrecerró los ojos para intentar ver mejor. Cuando divisó la delgada figura que se aproximaba con grandes pasos, suspiró. La joven que se acercaba con los brazos extendidos era su hermana. De eso no había duda. Su larga cabellera rubia ondulada se retorcía graciosamente debido a la corriente.      
—¡Angy! —Nora abrazó a su hermana mayor con fuerza—. ¡Por fin estás aquí! No puedo creerlo, te he echado tanto de menos…     
—Lo sé. —Ángela le devolvió el achuchón—. Tú también me hacías falta. Por lo que veo, sigues estando igual que cuando me marché. Me haré cargo de tu alimentación durante unos cuantos días. Estás demasiado delgada.     
El comentario provocó una risa alocada en Nora. Estaba acostumbrada al carácter protector de su hermana. Siempre veía las cosas por el lado negativo.     
—Esta es mi constitución —comentó—. Además, tú tampoco estás para tirar cohetes. Has perdido peso.     
—Lo sé, pero eso no tiene nada que ver. Ya sabes que el estrés me acompaña a todas partes.     
—Espero que eso no sea cierto. —Cogió la maleta de Angy y se dirigió lentamente al coche—. Voy a necesitarte al cien por cien.  
El rugido del motor sonó en todas partes. El coche tomó velocidad y no tardaron demasiado en dejar atrás el aeropuerto. La carretera estaba desierta salvo por algunos coches dispersos en diferentes puntos. El cielo amenazaba con lluvia. La musiquita que sonaba en el interior del vehículo era agradable y les servía para mantener una buena atmósfera. Angy había decidido sentarse en la parte de atrás. Nora conducía mientras canturreaba las notas en voz baja.      
Ángela estaba agotada. Apenas había dormido lo suficiente y se moría por una buena cama en la que poder descansar al menos unas horas. No obstante, y a pesar del cansancio, hizo un último esfuerzo para no desfallecer mientras bostezaba cada pocos segundos. Su hermana la miraba desde el espejo retrovisor. Siempre hacía lo mismo
cuando quería que la preguntasen por algo en concreto. Sin esperar demasiado, Ángela hizo lo propio.     

—¿Y bien? —susurró—. ¿Quién es el afortunado?      Nora esbozó una sonrisa pícara y movió la cabeza en ambas direcciones.     
—No puedo decírtelo todavía. Es un secreto.     
—¿Un secreto? No me vengas con esas, Nora. He cogido un avión sólo para verte. Creo que merezco saberlo.     
—Lo sabrás —dijo Nora—, pero más adelante.  Angy no estaba dispuesta a tirar la toalla. Podía llegar a ser muy persuasiva, pero conseguir que su hermana pequeña hablara era otra cuestión.      
—Dime al menos su nombre.     
—No     
—¿No? ¿Acaso no te cansas de tanto secretismo?     
—Vamos, tú eres la cabeza pensante. Creo que ya eres bastante mayorcita para rogar. No te impacientes. Lo sabrás muy pronto.     
—¿Y me lo dices tú? Soy yo la que tiene que actuar por las dos. Tienes veinticuatro años pero sigues comportándote como una adolescente.   
La casa parecía silenciosa. Unas luces tenues se asomaban por las ventanas. El piso de arriba se mantenía en la más absoluta oscuridad. El camino de entrada estaba repleto de montones de piedrecitas. Nora aparcó el coche en el garaje y abrió la puerta de entrada. Angy sonrió abiertamente. Su antiguo hogar seguía con un aspecto impecable. Un color blanco inmaculado adornaba la fachada.      

Todo estaba bien hasta que, después de indagar por todas las estancias de la casa no consiguió encontrar a sus padres. Se dirigió a Nora para encontrar una explicación.     
—¿Y papá y mamá? Creía que estarían aquí.     
—Vendrán mañana —dijo Nora—. Han estado un poco liados con el trabajo. Ya les conoces, quieren encargarse personalmente de todo.     
—¿Saben que estoy aquí?     
—Sí. Les llamé esta mañana para avisarles. Están encantados. Se pudieron cómodas mientras comían algo de comida china y estuvieron viendo la tele hasta pasadas las doce. Después de eso, Angy se fue directamente a su antigua habitación.       
Era imposible no recordar nada de todo aquello. Seguía igual que cuando vivía en esa casa. Las paredes estabas llenas de pósters y dedicatorias. El escritorio continuaba allí presente, con ese olor a madera tan característico.      
Suspiró de alivio cuando se metió entre las sábanas. Por un momento, volvía a sentirse como la adolescente que un día fue.      
Tenía los ojos cerrados cuando la puerta de la habitación se abrió. Nora entró y se quedó mirándola con cara de satisfacción. Le gustaba saber que su hermana había vuelto, al menos durante un par de días.
 —Creo que empiezas hacerte mayor —bromeó—. Antes podías aguantar perfectamente sin dormir.     

—Eso era antes, me temo. El cuerpo me pide dormir y no voy a llevarle la contraria.       —En ese caso, será mejor dejarte descansar.     
Se miraron en silencio durante un par de minutos. Era algo raro que las dos volvieran a coincidir bajo el mismo techo. Nora aún vivía allí con sus padres, pero Angy hacía años que se había marchado de casa para probar suerte e independizarse.      
—¿Cuánto tiempo pretendes que me quede? —preguntó de repente Angy.      
—¿Acabas de venir y ya quieres marcharte? —aventuró su hermana.      
—No, claro que no. Sólo digo que aún falta un mes para la boda y yo tengo mi vida, ¿recuerdas?     
Nora se cruzó de brazos. Estaba apoyada en el resquicio de la puerta, con los hombros encogidos.     
—Tú y tu gran vida teatral.      
No lo digas así —gruñó cariñosamente Angy—. Sabes que adoro mi trabajo.      
—Razón demás para que me preocupe. Gracias al teatro te olvidas de tu familia.      —No me he olvidado de vosotros. Ahora mismo estoy aquí.      
—Lo sé, y te lo agradezco, pero creo que pasas demasiado tiempo fuera de casa.      —Nora, ya no soy una niña. Tengo veintinueve años y me conoces muy bien. Me gusta viajar.      
—Está bien, como quieras. —Nora puso los brazos en alto, dando por acaba esa conversación—. Si a ti te convence, a mí también.     
Apagó la luz de la habitación pero aún permaneció allí de pie un poco más de tiempo, el necesario para que Angy volviera a la carga.      
—Aún sigo dándole vueltas —susurró.     
Nora se acercó y se sentó en el borde de la cama. Le gustaba esa conexión especial con su hermana.      
—No te rindes, ¿verdad?     
—Claro que no. Quiero saber con quién vas a casarte, eso es todo. —Se incorporó y le dio un fuerte abrazo a su hermana pequeña—. Espero que hayas elegido al chico adecuado.     
—Es el candidato ideal. —Suspiró profundamente—. Cuando le veas, sabrás lo que quiero decir.     
—Vaya, me cuesta trabajo creer que seas la misma persona. Que yo recuerde, mi hermana siempre ha sido reacia a las relaciones estables y todo lo que ello supone.     
Nora volvió a encogerse de hombros. Rebosaba felicidad por cada poro, eso era evidente. No lo podía ocultar y tampoco tenía intención de hacerlo.     
—Las personas cambian, y me temo que mi prometido ha provocado que yo también lo haga.      
—¿Tu prometido? —Angy puso los ojos en blanco. Lo hacía cada vez que quería burlarse cariñosamente de alguien—. Vale, creo que empiezas a asustarme. Esa no es tu forma de hablar.     
—Ya te lo he dicho, hermanita —insistió Nora—. He cambiado.
 
Ángela decidió quedarse el fin de semana. Podía posponer sus asuntos un poco más de tiempo. Al fin y al cabo, una noticia de tal magnitud debía de tomarse con cautela, en especial si su hermana se mostraba en un estado continuo de ensimismamiento. Esperaba ansiosa volver a ver a sus padres. Les adoraba, y se sentía orgullosa de ser su hija. A su parecer, seguían siendo las dos mejores personas que había conocido. Vladimir y Julia, que así era como se llamaban sus padres, tenían una vida bastante ajetreada. No permanecían en casa demasiado tiempo y cuando lo hacían, intentaban aprovechar cada segundo lo mejor posible. Aquella iba a ser una de esas grandes ocasiones. Cuando Nora avisó a su madre de la inminente llegada de Ángela, estallaron en pura alegría. Se morían de ganas por ver a su hija mayor.      

Las dos de la tarde era la hora que marcaba el reloj de pared. Un ruido de neumáticos se filtró a través de la ventana para anunciar la llegada de los anfitriones. Nora salió corriendo y Angy la siguió de cerca. El todoterreno de color negro que había aparcado justo delante de la entrada rugió por última vez. Las puertas delanteras se abrieron y de él salieron esas dos personas tan importantes para ellas.     
Julia sonrió con ganas y salió al encuentro de sus hijas. Tenía el pelo algo revuelto a causa del viento, y unas oscuras gafas de sol cubrían sus preciosos ojos claros. Estaba a un palmo de Ángela cuando estuvo a punto de gritar de la emoción, como si le costase creer que la tenía justo delante.     
—¡Mi pequeña! —exclamó su madre—. ¡Has venido!     
Le dio un abrazo tan fuerte que a Ángela le empezaron a doler las costillas en ese preciso momento. Aguantó la respiración hasta que segundos después se separaron.     
—¿Cómo estás, cariño? Hace mucho tiempo que no te veíamos.     
—Lo sé —admitió Angy—. He estado muy ocupada…     
—No importa —interrumpió su padre—. ¿Le das un abrazo a tu viejo padre?     
Angy sonrió de oreja a oreja. En momentos como ese se veía a sí misma convertida de nuevo en una niña, deseando que su padre la cogiese en brazos y la hiciera sentirse especial. A pesar de los años que habían pasado, en el fondo todo seguía igual que siempre.     
Después de organizar el innecesario caos que se había formado, Nora y Julia se pusieron manos a la obra. Se metieron en la cocina y estuvieron un buen rato preparando la comida. Era una pasión que ambas compartían. De igual modo que Angy se tomaba las cosas con más calma, como su padre. Los dos estaban en el salón, percibiendo ese agradable silencio que envolvía la colorida estancia llena de cuadros, flores y una cantidad infinita de recuerdos.     
Vladimir leía el periódico al mismo tiempo que tenía puesta toda su atención en su hija mayor.     
—Bueno, ¿qué opinas de lo de Nora? —susurró.     
—No lo sé, papá. —Angy se encogió de hombros—. A mí me ha pillado totalmente por sorpresa, pero creo que por esta vez debemos hacer una excepción.
     Su padre arqueó las cejas, como si aquello no le convenciera del todo.     

—¿Tú crees? A mí me parece un error más.     
—Lo sé, pero ya no es una cría. Antes podíais obligarla a seguir vuestras normas, pero ya no tiene dieciocho años. Hace tiempo que no se mete en líos, así que supongo que debemos darle una oportunidad.     
—¿Y si se equivoca? No sería la primera vez —carraspeó—. Ni la segunda, ni la tercera…      —Papá, Nora debe equivocarse para seguir madurando. En algunos aspectos aún debe mejorar bastante, pero no podemos interponernos entre ella y sus planes por el simple hecho de tener presente el pasado. —Se cruzó de brazos—. Ella misma me lo dijo anoche.     
—¿Qué fue lo que te dijo?     
—Dijo que las personas, ya sea de un modo u otro, cambian.     
—¿Y tú estás convencida de eso? ¿Crees que Nora ya no es la misma de antes?
      Se tomó unos largos instantes para contestar. Era una pregunta de doble filo y no quería cortarse.     
—Bueno, sólo digo que, si se equivoca, puede enmendar su error.     
—¿Cómo?     
—Para algo existe el divorcio, ¿no?    
Nora era el vivo retrato de su madre. Ambas compartían el pelo claro y unos profundos ojos azules. Por su parte, Ángela había heredado las características físicas de su padre: un tono negro azabache coloreaba su pelo y sus ojos se asemejaban a dos pequeñas esmeraldas. Formaban la familia casi perfecta, pero se esforzaban para que la atmósfera que reinaba entre ellos fuese lo más agradable posible.      

Estaban sentados a la mesa terminando el exquisito guiso que habían preparado cuando una pregunta se materializó en el aire, desgarrando el silencio y dando paso a unas caras llenas de curiosidad, salvo la de Ángela.       
—¿Y bien? —se interesó Julia—. ¿Hay algo que debamos saber?     
—¿Algo como qué?     
—Vamos —insistió su padre—. No te desentiendas, Angy. Tu madre y yo queremos saber si hay alguien especial en tu vida.     
La pregunta la dejó desarmada. Se habría atragantado si en ese momento hubiera probado la comida del plato. Jugueteó varios segundos con el tenedor hasta que por fin decidió dar una respuesta.     
—Siento decepcionaros, pero no. —Se llevó la servilleta de tela a la boca en un intento de disimular su incomodidad—. No tengo un príncipe azul por el que suspirar. Me temo que será Nora la encargada de haceros abuelos.      
Nora soltó una risa bastante sonora. Era incapaz de disimular su buen estado de ánimo.      —Aún tengo veinticuatro años, Angy. Soy demasiado joven para tener hijos.
—Ya, pero en cambio sí te consideras madura para casarte. Creo que eso es algo que deberíamos discutir.     

Nora hizo una mueca de asombro. Frunció el entrecejo y bebió un largo sorbo de agua. Estaba molesta por ese comentario y no podía disimularlo.     
—Lo creas o no, sé lo que hago —espetó.     
—Vamos, chicas —interrumpió su padre—. No quiero nada de discusiones. Además, ahora sería un buen momento para hablar de mi futuro yerno. —Entrelazó los dedos—. ¿Y bien? ¿Quién es ese gran desconocido?     
Nora desvió la mirada al mismo tiempo que su hermana se removía en su silla. Ángela no podía dar crédito a lo que acababa de oír y mucho menos al significado que acababa de extraer de las palabras de su padre. Era perfectamente comprensible que ella no hubiera recibido noticias antes. Se pasaba la vida viajando y nunca estaba cerca de ellos. Lo que no entendía cómo era posible que Nora no hubiese sido capaz de decirles la verdad a sus padres. Hablarles acerca de sus intenciones. En definitiva, hacerles partícipes de su vida personal.       
—No puedo creerlo —soltó Ángela—. ¿Ellos tampoco saben nada de él? ¿Ni siquiera se lo has presentado?     
—Así es —confirmó Nora—. Quería que todos os enteraseis al mismo tiempo.     
—Vaya, que considerada…     
—Pues a mí me parece una idea estupenda —aseguró Julia—. Es una gran detalle por tu parte.     
—Y dinos —intervino su padre—, ¿cómo es ese chico, Nora? Espero que por tu bien sepas lo que haces. —Bebió un largo trago del vino de su copa—. Aún eres muy joven para comprometerte.     
—De eso nada —gruñó Nora—. Además, mamá y tú os casasteis muy jóvenes. No creo que seáis los más indicados para criticar.     
—No es una crítica, si no una opinión.     
—Papá, ya no soy una niña. Sé lo que hago y os aseguro que estoy convencida. La situación amenazaba con volverse algo incómoda si la conversación continuaba por ese camino, lleno de mensajes subliminales infestados de desconfianza.     
—¿Cómo lo ha conseguido? —preguntó Julia.     
—¿Conseguir qué?     
—Me pregunto cómo ha conseguido que mi hija pequeña asiente la cabeza de una forma tan drástica. —Dejó escapar una sonrisa—. Ya veo que has cambiado.     
—Eso es lo mismo que dije yo —apuntó Ángela.       
—A decir verdad, aún no lo sé. —Nora arrugó inconscientemente la servilleta—. Tiene todo lo que necesito. Es… diferente.     
—¿Diferente a todos los chicos con los que has estado?     
—Desde luego que sí. No parece que sea de este mundo.     
—Oh, por favor —masculló Angy—. Creo que voy a vomitar...      —No te burles, Ángela —soltó Nora.     
—No lo haría si no estuvieras hablando de esa forma. ¿Te estás escuchando? Hace un año ni siquiera te comportabas de esa manera. ¿Cuánto tiempo has necesitado para transformarte en lo que ahora eres?
—Que yo recuerde hace un año ni siquiera estabas aquí. No me conoces lo suficiente.      —Desde luego que te conozco…     

Vladimir no lo pensó dos veces para volver a intentar poner un poco de orden. Era un hombre tranquilo y sereno, y por nada del mundo le gustaba hablar empleando un tono más alto de lo normal.     
—Hablando de tiempo… ¿Cuánto?      Nora no le entendió. Esperó unos segundos para intentar comprender lo que su padre quería decir pero no lo logró.     
—¿Cuánto qué?     
Su madre era ahora la que reía. Le dedicó una mirada cómplice a su marido, como si estuvieran disfrutando de ese breve momento de confusión.       
—¿Cuánto tiempo lleváis saliendo? —preguntó Julia—. ¿Dos años? ¿Uno tal vez?      
—En realidad… —Nora cogió el vaso y se bebió toda el agua—. De eso quería hablaros. —Carraspeó—. Siendo sincera, sólo llevamos seis meses juntos.      
El silencio envolvió sus cuerpos durante un largo rato. Los cuatro estaban perplejos por aquella sacudida de sinceridad. Una bomba de relojería que acababa de estallar.      —¿Qué? —susurró Vladimir.     
—¿Seis meses? —repitió su madre—. ¿Hablas en serio?     
—Por supuesto que sí —dijo Nora—. Estamos muy enamorados.     
—¿Crees que en seis meses te ha dado tiempo a conocerle?      —Le conozco lo suficiente, papá.     
Vladimir dejó escapar un largo suspiro al mismo tiempo que se llevaba la mano derecha a su barbilla, gesto que repetía siempre que intentaba entender algo que se le escapaba.     
—Eso es lo que tú crees.     
—Desde luego que lo es. De lo contrario no estaría segura de casarme.     
La tensión podía cortarse con un cuchillo. Nada de eso había estado previsto.     
—Cariño, tienes que entender que te estás precipitando —comentó Julia—. Tu padre y yo estuvimos saliendo durante años antes de atrevernos a dar el paso.     
Nora resopló y apretó los puños. Bajó la mirada durante un segundo y al final acabó por explotar, diciendo algo que habría preferido no mencionar.     
—Deja atrás el pasado —gruñó—. Siento deciros que vosotros dos no sois los protagonistas. Soy yo. Es mi vida.      
Ángela se sentía culpable de aquello. En cierta manera había sido la chispa que acababa de prender fuego a esa comida familiar. Intentó sosegarse y quitarle hierro al asunto de la mejor forma que supo.     
—Bueno, al menos sabemos que es algo romántico —intuyó Ángela—. En lugar de pedirte que os vayáis a vivir juntos, te ha pedido que te cases con él.      
Nora estaba perdiendo la poca paciencia que le quedaba. Estaba molesta con todos ellos, al ser incapaces de ponerse en su piel.         
—Vuelves a equivocarte, hermanita. —Le guiñó un ojo—. Fui yo la que se lo pidió.
El segundo impacto fue todavía mayor que el primero. Demasiadas noticias desconcertantes un muy poco tiempo. Vladimir y Julia se miraban atónitos mientras que su hija mayor hacía esfuerzos por no caerse de la silla.     

—¿Por qué? —preguntó Ángela.     
—No hace falta que lo preguntes. Creo que es evidente.     
—Querer a una persona no implica cometer una estupidez de ese calibre —soltó su padre.      
—¿Así es cómo lo ves? ¿Una estupidez?     
—Si no lo es, al menos sí que se parece mucho. —El tono de su voz ni siquiera se irritó—. No entiendo cómo se te pudo ocurrir algo semejante.     
Nora se levantó de su asiento. Al parecer, ya había oído suficiente. Su mirada estaba llena de decepción, al igual que las lágrimas que amenazaban con desbordarse de un momento a otro.      
—Gracias por vuestra comprensión —susurró—. Ahora sé que nada de lo que haga os parecerá correcto. Nunca seré lo suficientemente buena y responsable para vosotros.      Salió a toda prisa del comedor y subió las escaleras directa a su habitación. El portazo pudo escucharse incluso en la calle.      
—No deberías haber dicho eso —apuntó Julia.     
—¿Por qué? —preguntó su marido, visiblemente molesto—. Es la verdad. Sé que piensas igual que yo.     
—Sí, pero procuro evitarle problemas de cabeza a nuestra hija.     
—¿A cambio de que ella nos los de a nosotros?     
—Cariño, Nora ya ha sufrido bastante.     
—De eso se trata. No quiero que vuelva a hacerlo una vez más.   
Ángela estaba de pie justo delante de la puerta de la habitación de su hermana pequeña, decidiendo si entrar o permanecer allí quién sabe cuanto tiempo, intentando esculpir en su mente una disculpa que al menos resultase un poco convincente.     

Finalmente dio dos golpes secos en la puerta y giró el pomo. Asomó la cabeza con cierta cautela.     
—Nora —susurró—, ¿puedo pasar?     
Ella ni siquiera contestó. Estaba sentada en la cama, con las piernas recogidas y los brazos alrededor de ellas. Su mirada estaba perdida y triste.      
—¿Podemos hablar un momento?     
Segura del nuevo silencio que obtendría como respuesta, Angy cerró la puerta y se aproximó lentamente hasta sentarse justo al lado de Nora. En cierta forma, era como volver al pasado. Había repetido esa misma operación cientos de veces, siempre que su hermana tenía problemas o se sentía insatisfecha con la vida que le había tocado vivir.      —¿Cómo estás?     
—Es absurdo que hayas venido a preguntarme algo como eso —espetó—. Creo que ni siquiera hace falta que te responda.      
—Lo sé, era una forma de romper el hielo.
—Muy graciosa, Angy. No necesito que te arrastres hasta aquí para pedirme perdón cuando sé muy bien que no lo sientes ni lo más mínimo.     

—Nora, no he venido para pedirte perdón.     
—¿Entonces para qué has venido? Te aseguro que estoy bien. No necesito que finjas preocuparte por mí.     
—Maldita sea, eres mi hermana. No quiero que sufras por ningún motivo, ¿es que no lo entiendes?     
Nora cerró los ojos un momento. Comenzó a balancearse, simulando columpiarse en el jardín de atrás.     
—Si eso es verdad entonces ayúdame. —Su rostro cambió súbitamente de registro—. No te pongas de su parte, Angy. Necesito que me apoyes.     
Ángela suspiró amargamente. Odiaba cosas como esa. Posicionarse a favor de uno o de otro siempre implicaba problemas de diversa índole. Quería a sus padres y a su hermana por igual, razón demás para que la propuesta de Nora fuera todavía más difícil de llevar a cabo.      
—No me pidas eso —rogó—. Sabes que detesto estar en medio de las peleas.      
—Pero no puedes partirte en dos. O estás de su lado o del mío. —Agachó la cabeza, visiblemente afectada—. Algo tienes que opinar, ¿no? Es imposible que puedas mantenerte neutral de forma indefinida.        
—Eso es lo que intento la mayoría de las veces.     
—Pues no lo hagas ahora. Esta vez no.     
El viento golpeaba con cierta fuerza el cristal inmaculado de las ventanas de la habitación. El color rosa pálido de las paredes intentaba conseguir un efecto tranquilizador en sus dos ocupantes, pero resultaba más complicado de lo que parecía.      
Ángela sabía que algo no encajaba y hacía grandes esfuerzos por encontrar esa pieza perdida del puzzle.     
—Vamos, dime algo —suplicó—. No te quedes callada.     
—¿Y qué quieres que diga? Estoy decepcionada. ¿Sabes? Me imaginaba las cosas de otra manera. Creía que saldría bien. —Tragó saliva—. Creí que se lo tomarían bien. Ya sabes, esta es la primera vez que realmente voy a hacer algo por mí misma…      
Ángela decidió tomar el control. No le gustaba el tono victimista de su hermana. No todo era blanco o negro, y Nora se empeñaba en no aceptar algo como eso.      
—Vamos, Nora. No seas así, por favor. Tienes que entenderles. Es normal que se sorprendan. —Se cruzó de brazos—. Seis meses quizás no es tiempo suficiente para…     Dejó de hablar. Nora la estaba fulminando con la mirada. Tenía los puños apretados.       —Pero yo le quiero, Angy. Y sé que él también a mí. Entiendo que visto desde fuera quizá parezca una locura pero sé lo que hago. Tú me conoces mejor que papá y mamá. Sé que he cometido mil errores pero esta vez es distinto. Es algo… especial. No sé cómo decirlo pero te aseguro que es lo que el cuerpo me pide.
—Se recogió el pelo en una improvisada coleta—. Si le conocieras lo más mínimo… Te caerá bien, estoy segura. Es todo un caballero. Y no solo eso, también es atractivo, amable, atento… —Comenzó a ruborizarse—. En fin, creo que si los dos estamos seguros del paso que queremos dar no hay por qué esperar.
Angy hacía esfuerzos por entenderla. Sabía que era algo muy importante para ella pero tenía presente el pasado. Nora solía encapricharse con facilidad de algo que más tarde desechaba. Quería creer que esta vez era diferente.      

—Nora, escucha. —Colocó la mano sobre su hombro—. Ponte en su lugar. De las dos eres la más joven y vives con ellos. Aún te consideran pequeña. No me malinterpretes, no estoy diciendo que lo seas pero mamá y papá quieren protegerte de cualquier cosa, incluso de ti misma. Creo que has dado un paso gigantesco si has decidido reunirnos a todos para darnos la gran noticia, pero debes entender que algo de este alcance no resulta tan fácil de asimilar en un par de segundos. —Se mordió el labio—. Cuando me llamaste para decírmelo me quedé helada. Imagina cómo han debido de sentirse ellos dos. Sabes que te apoyan pero necesitan un poco de margen. Debes dárselo. Recuerda que, aparte del hecho de que vas a casarte, lo vas a hacer con alguien a quien ni siquiera conocen. Todo este tiempo lo has mantenido en secreto y no es algo que te esté reprochando. Sólo digo que son muchas cosas en poco tiempo.        
—De eso precisamente se trata. No confían del todo en mí y es normal. Les he dado muchos quebraderos de cabeza a lo largo de toda mi vida y por eso quería que esta vez fuera algo distinto. No quería decepcionarles. Lo he pensando mucho. —Se acarició el cuello con ambas manos—. Le conocí por casualidad y no niego que todo ha ido demasiado rápido pero no es algo de lo que me arrepienta. Al contrario, me ha permitido ver mi vida con otros ojos. A su lado todo es especial, Angy. Soy mejor persona y gracias él encuentro un sentido que creía perdido. No necesito que pasen otros seis meses para casarme con él. Sé que el tiempo es ahora.     
—Y él es el elegido —susurró Ángela.      
—Sí. —Asintió repetidas veces con la cabeza—. No podría hacerlo si fuera otro. Ángela se mordió el labio con asombro. Seguía sin entender el motivo de su silencio.     
—Entonces, ¿si sabías lo que sentías por él desde un principio por qué no se lo dijiste a papá o a mamá?     
—Tenía miedo de lo que pudieran pensar.     
—¿Y crees que decirles todo al mismo tiempo iba a resultar una táctica más eficaz? Es complicado, hermanita. Una boda es algo serio. Y tú has hecho que lo sea aún más porque nuestros padres no tienen ni la más remota idea de quién va a ser tu futuro marido. —Se encogió de hombros, aturdida por el efecto aplastante de sus propias palabras—. Lo siento, no quiero confundirte más. Es que estoy sorprendida.      
—¿Qué fue lo que pensaste tú? —preguntó sin avisar Nora.     
—Di mejor qué fue lo que no pensé. —Por un momento dejó escapar una tímida sonrisa—. Estaba ojeando el nuevo papel que voy a interpretar cuando me llamaste. Lo único que recuerdo es que me quedé completamente quieta, como si me hubiese quedado de piedra.     
—¿Pero por qué resulta tan extraño? —protestó Nora—. Casarse es algo normal. Es algo que se hace prácticamente todos los días.       
—Sí, pero se hace siguiendo una serie de normas. —Le pellizcó suavemente una de las mejillas—. Tú te las has saltado todas. Ahora era Nora la que sonreía. Le había hecho gracia y no hizo esfuerzos por disimular.     
—Bueno, que yo recuerde nunca he sido alguien normal.
La conversación por fin parecía volver a su cauce. Nora era demasiado temperamental, pero por suerte podía contar con la paciencia de su hermana mayor.      

Cansadas de discutir entre ellas, decidieron darse un tiempo muerto. Las dos se tumbaron sobre la cama, fingiendo que ambas tenían menos de trece años, cuando los problemas no iban más allá del maquillaje o las notas finales.      
Ángela se removió un par de veces y contuvo el aliento. Lo repitió varias veces hasta que consiguió captar la atención de Nora.     
—Vale, me rindo —dijo—. ¿Qué quieres, Angy?     
Ella sonrió por dentro. Al parecer, la vieja táctica de mostrarse impaciente por algo seguía funcionando a la perfección. Segura del siguiente paso, no se lo pensó dos veces antes de disparar.      
—Bueno, creo que ya no lo soporto más —aseguró.     
Nora se incorporó de repente, como si las palabras de su hermana se hubieran transformado en un peligroso mensaje.      
—¿Qué quieres decir?     
Una mueca divertida surcó el rostro de Angy. Le encantaba actuar, sobre todo cuando interpretar un papel que no iba con su personalidad resultaba tan sencillo.      
—Un nombre, Nora. Sólo necesito un nombre. —Se acercó con decisión hasta su oído—. ¿Cómo se llama tu caballero de blanca armadura?

Continuará.....................


Si les gustó tanto como a mí, y quieren seguir leyendo éste hermoso libro, comenten y digan sube la segunda parte por favor!! y la subiré :)

2 comentarios:

Valerie Peace dijo...

Creo que ya se quien es ese misterioso prometido... y eso hace que tenga más ganas de leerlo!!
Sube la segunda parte por favor!! :D

Leer es Sinónimo de Vivir dijo...

Gracias a tu omentario, mañana subiré la segunda parte de ésta hermosa historia :)
Gracias por leerla!

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