Segunda parte de Los Ángeles También Lloran

Gracias a Valeria Peace, subiré la segunda parte del libro Los Ángeles También Lloran de Concepción Liébana García!

Así que los dejo con la segunda parte de éste hermoso libro!

Esa noche ni siquiera pudo dormir. Una parte de su pasado había vuelto de repente a su mente por el simple hecho de haber escuchado un nombre que a toda costa habría preferido enterrar en lo más profundo de su ser.
Había estado insistiendo para que su hermana le dijese algo acerca de su futuro marido y ahora que por fin lo había logrado todo se había vuelto un desastre. El corazón le dio un vuelco cuando Nora pronunció todas esas letras juntas: «Dorian».    
¿Podía ser cierto? No, claro que no. Incluso se sentía estúpida por permitirse pensar en algo como eso. Las posibilidades eran increíblemente remotas, ¿cómo iba a ser verdad? Un nombre. Un maldito nombre no podía hacer que se sintiera de esa manera. Al fin y al cabo, había miles de personas que lo único que tenían en común era un nombre, un apelativo insignificante e inofensivo.      
Se levantó sin hacer ruido. Cogió su abrigo y salió al jardín de atrás. Se sentó en el columpio que años atrás le había encantado. Ahora también, pero ya no era una mocosa. Aún le gustaba balancearse, sintiéndose ingrávida y poderosa por un fugaz instante.      
Dejó que sus pies decidieran por ella y caminó con paso lento pero decidido. Era lo mejor que podía hacer, ya que dar vueltas en la cama no lo había considerado como una buena alternativa.        
La isla en la que estaba asentada la casa de sus padres resultaba preciosa a esas horas de la madrugada. Las estrellas parecían estar incluso más cerca de lo habitual, ya que no había ninguna clase de contaminación lumínica. Los árboles que rodeaban todo el perímetro se alzaban con gran envergadura, impregnando el aire con su dulce olor afrutado, y el mar se sentía tan increíblemente cerca, que las olas podían divisarse sin apenas esfuerzo, maravillándose con el color celeste de su espuma.       
Era una fortuna poder vivir en un sitio así. Sus padres habían trabajado muy duro para poder conseguirla y desde luego el esfuerzo había merecido la pena. No había ruidos molestos, ni vecinos, ni nada relacionado con el ajetreo habitual de la ciudad. Apenas se encontraba a media hora de la urbe central y a cambio podían respirar con calma y paz.     
El puente que servía como acceso a la isla estaba en perfecto estado. Un vigilante de hierro que velaba por su seguridad. No había verjas ni nada parecido. En un lugar como aquel las precauciones estaban demás.      
La luna brillaba en lo más alto, sin compañía de ninguna nube. El silencio era algo digno de admirar, y desde luego Ángela lo hacía de buena gana. Le ayudaba a pensar, sobre todo en momentos como ese en los que su mundo amenazaba con derrumbarse de forma inminente si no encontraba un poco de sentido común.
 —¿Qué estás haciendo aquí?
Ángela estuvo a punto de sufrir un infarto. Se dio la vuelta y pudo comprobar que justo a su lado había una delgada silueta. No le llevó mucho tiempo darse cuenta de quién era.
—Nora —susurró—. ¡No vuelvas a hacer eso!
—Lo siento, no quería asustarte. —Se ajustó la manta que llevaba puesta sobre los hombros—. ¿Qué estás haciendo aquí afuera?     
—No podía dormir.     
—Ya, eso ya lo veo.     
—¿Y tú? ¿Aún sigues espiándome igual que antes?     
Nora sacudió la cabeza al mismo tiempo que tiritaba.      
—Claro que no. Yo tampoco podía dormir. He ido a tu habitación y he visto que no estabas, así que por eso estoy aquí.     
—Vaya, tienes un gran corazón —bromeó.     
El perfume de Nora podía sentirse en el aire. Sus ojos resplandecían al igual que los de su hermana mayor.     
—Vamos, vuelve a la cama —dijo Ángela—. Es muy tarde. Una futura novia tiene que descansar, ¿no te parece?     
Ella no se movió ni un ápice. Era propensa a pasar por alto las recomendaciones de los demás la mayoría de las veces.     
—Ni hablar —dijo—. No hasta que tú entres.     
—Ya veo que eres incapaz de hacer caso a la primera.     
Ella asintió con la cabeza mientras la sonrisa que había aparecido fugaz en sus labios se evaporaba igual de rápido, como si de repente tuviera miedo.     
—¿De verdad crees que me estoy equivocando?     
Sus palabras sonaron tan sinceras que aunque Ángela hubiera querido decirle la verdad no habría podido.      
—Bueno, es tu vida, Nora. Pareces muy segura de lo que quieres, y si casarte es lo que deseas no veo que tiene de malo.
Su hermana pequeña se abalanzó contra ella con una sonrisa en los labios. El pelo alborotado había adquirido un precioso tono dorado bajo la luz de la luna.     
—Gracias.     
—No, gracias a ti. —Ángela miró hacia el cielo antes de fijar la mirada en la de Nora—. Gracias por invitarme a tu boda.     
—Aún no está decidido —mintió Nora—. Eso depende de cómo te comportes todo este tiempo antes del gran día.     
—¿Piensas ponérmelo muy difícil? —Pasó el brazo por los hombros de su hermana pequeña y la estrechó con cariño.
Nora fingió pensarlo durante unos minutos hasta que volvió a sonreír.     
—Para ti nada es complicado. Nunca he sabido cuándo decías la verdad y cuándo no. Está en tus venas, por eso eres actriz.     
—Vamos, eso no implica que no tenga mis sentimientos. Puedo ocultarlos pero eso no significa que no los tenga.
La brisa se elevó y se volvió más fuerte, pero no era desagradable. El cielo seguía despejado y ese paisaje merecía ser contemplado con detenimiento.     
—¿Damos un paseo?
A pesar de la oscuridad que brillaba a lo largo de todos los senderos, era imposible que se perdieran. Conocían cada rincón de la isla como la palma de la mano. Se habían pasado toda su infancia y parte de la adolescencia inspeccionando cada ápice de roca, flor o animal que se encontraba de paso. Era un precioso paisaje al que sólo tenían acceso ellas dos, como dos princesas herederas de un reino apartado de los demás.
No tenían necesidad de hablar, pero la mente siempre despierta de Angy había sufrido un grave colapso y no tenía ni idea de cómo reaccionar. Las preguntas se sucedían en su cerebro una y otra vez, volviéndose casi imposible permanecer de una sola pieza. Aparentaba tranquilidad, pero por dentro se estaba tambaleando en todas direcciones, incapaz de seguir el rumbo marcado años atrás.      Cuando estaban de regreso a la casa, a tan sólo unos pocos metros, se dio por vencida. La presión le estaba desgarrando el pecho y al final tuvo que soltarlo, como si fuera cuestión de vida o muerte.      —¿Y Dorian?
      Su voz resonó en todas partes.      —¿Qué pasa con él? —preguntó Nora.     
Hubiese querido retroceder y evitar pronunciar su nombre. Era imposible quitárselo de la cabeza cuando sentía pánico sólo al pensar que quizá…     
—¿Tiene familia por aquí? —susurró—. ¿Cómo es físicamente? ¿A qué se dedica?
Sus preguntas consiguieron que Nora parase bruscamente de caminar. Era algo que no había previsto. Por su expresión, no sabía por dónde empezar.     
—Pues…
Su indecisión fue la oportunidad perfecta para Angy. Volvió a interpretar una gran actuación sin que su hermana se percatase de ello.     
—¿Sabes qué? Olvídalo. —Ángela torció la cabeza y levantó las manos en señal de rendición, fingiendo quitarle importancia—. No quiero saberlo. Por el momento, con su nombre es suficiente. Creo que seré capaz de mantener a raya mi curiosidad.     
—Eso espero. Además, todo se aclarará muy pronto.     
—¿Por qué?      Su hermana dio unos últimos pasos hacia delante para situarse justo delante de la entrada. Ángela hizo lo mismo para no quedarse rezagada.     
—Él vendrá la semana que viene —sentenció—. Está deseando conoceros.    
La cama resultó ser un escenario vacío. Habría preferido salir corriendo y no escuchar esa voz interior que resonaba una y otra vez en sus sienes. Se sentía una cobarde. ¿Qué estaba pasando?      En su mente seguían intactas las palabras que Nora ni siquiera había llegado a pronunciar. No quería escuchar nada de eso. Confirmar sus temores habría sido como una fuerte sacudida a todo su ser. Sentía pavor al pensar en la posibilidad de que realmente fuera verdad. Comprobar a través de alguna sencilla pregunta lo que intentaba ocultar. Peor aún, ¿y si por alguna extraña razón era justo lo que quería escuchar?    
 
Intentaba mantener la cabeza fría y la mente en blanco. Lo había hecho miles de veces, y nunca había fallado así que, por su bien, aquella no debía convertirse en la excepción a su regla número uno.      Dos días después de la discusión que Nora había tenido con sus padres, parecía que todo había vuelto a la normalidad. Vladimir le había pedido perdón a su hija y eso disipaba cualquier clase de duda. Se habían puesto manos a la obra, tomándose su tiempo para comenzar a establecer algunas de las pautas necesarias para organizar la boda que se celebraría tan sólo un mes después.
La tarde rebosaba belleza en cada ápice de ella. La temperatura era perfecta y el sol se asomaba tímidamente entre nubes azuladas de algodón.
Las dos hermanas estaban en la habitación de Nora, suplicando un poco de tranquilidad a pesar de saber todo lo que estaba por venir. Ángela meditaba una y otra vez sobre el asunto. Después de todo, un mes le seguía pareciendo un tiempo excesivamente corto para preparar una boda que fuese decente. No era una experta en ese tipo de asuntos, pero suponía que llevar a cabo todo el proceso no era una tarea fácil por más que su hermana pequeña insistiera en lo contrario. El banquete, los anillos, los invitados… miles de elementos para resplandecer en un día tan especial.     
—Un mes —susurró Ángela—. ¿Cómo vas a hacerlo?
Nora había estado esperando una pregunta muy parecida y por eso no esperó ni dos segundos para contestar.     
—Angy, voy a casarme. No me voy al fin del mundo.     
—Pero, ¿tienes idea de la cantidad de cosas que hay que organizar?     
—Relájate —sugirió Nora—. Todo será muy sencillo.
     Ángela torció la cabeza. No parecía demasiado convencida.     
—Aun así…     
—Vamos, no te preocupes. —Le dio un suave empujón—. Parece que eres tú quien se casa.     
—Ya, muy graciosa. —Puso los ojos en blanco—. Creo que ese honor te corresponde a ti.     
—Vamos —insistió—, algún día tendrás que hacerlo.     
—¿Así? —Arqueó las cejas—. ¿Quién lo dice? Además, cómo voy a hacerlo si no tengo a nadie…      Nora no se daba por vencida. Le gustaba tomar la iniciativa en las juguetonas charlas con su hermana        
—En ese caso, tendrás que darte prisa, Angy. —Le guiñó un ojo—. Empiezas a hacerte mayor.      —¿Hablas en serio? —preguntó—. No tengo ni treinta años, Nora.     
—¿Y eso qué importa? Las cosas importantes de la vida hay que hacerlas cuánto antes.      
—Vale, creo que esto empieza a afectarte más de lo normal.
     Nora escondió la cara detrás de la almohada, comportándose como una adolescente con el estómago repleto de cosquilleos y mariposas.      
—¿Tanto se me nota? —Se ruborizó—. Estoy feliz, eso es todo.     
—Me alegro por ti, pero debes tranquilizarte. Aún quedan varias semanas antes de la boda y necesito que te centres. —Soltó un largo suspiro—. Con mamá hecha un mar de lágrimas creo que será suficiente.      
—Lo sé —admitió Nora—. Creo que el día de la boda le dará un ataque o algo parecido.
La conversación de las dos se interrumpió de repente. El móvil de Angy comenzó a sonar.       —¿Diga? —dijo—. Hola, Evan. ¿Cómo vas las cosas sin mí? —Se alegró de oír esa voz grave al otro lado del teléfono. Evan era su mejor amigo y ayudante de la compañía de teatro. En realidad, ambos eran socios, pero a él no le gustaba tomar las decisiones importantes y dejaba que Ángela las tomase por los dos—. ¿Cómo están los chicos?     
—Bien, Angy —dijo Evan—. Ya les conoces. Se lo toman muy en serio. —Hizo una pausa—. Además, todo está perfectamente. Ni siquiera han notado tu ausencia. Creo que puedes tomarte todo el tiempo que quieras.     
—Eso me gustaría, pero me temo que no. Luego me costaría volver a ponerme al día.      —¿Bromeas? Eres la más cualificada para esto. Debes sacarle partido de alguna forma.     
—Sí, pero no de la manera que estás pensando.
Hubo un breve silencio. Angy miraba de reojo a Nora, que no apartaba la vista ni un segundo, mostrando gran curiosidad.
—¿Y qué me dices del asunto que te ha llevado a coger un avión? —aventuró Evan—. ¿Es cierto?     
—Me temo que sí.     
—¿Y cómo está la futura novia?
Ángela no contestó. Desvió la mirada e intentó pasar desapercibida a pesar del silencio que dio como respuesta.      
—Está justo a tu lado, ¿verdad?     
—Sí —admitió.     
—Vale, entonces supongo que todo irá bien. No hay nada como los consejos de una hermana mayor.
Angy iba a decirle un par de cosas pero no tuvo tiempo de hacerlo. Evan ya se estaba despidiendo de forma prematura, igual que hacía siempre.
—Te volveré a llamar —puntualizó—. En cuanto a tus días libres… Por una vez, hazme caso. Tú estás fuera y ahora soy yo quien manda. Tómate unas merecidas vacaciones. No recuerdo cuándo fue la última vez que me libré de ti.
Automáticamente después de colgar el teléfono, se topó con la mirada azul de Nora. Sabía de buena mano qué era lo que venía justo después.      
—¿Quién era? —preguntó Nora.
—Evan, mi ayudante… —Ni siquiera pudo terminar la frase. Esa mirada inquisidora de su hermana le hizo perder los nervios—. ¿A qué viene esa mirada?     
—¿Quién es ese tal Evan?     
—¿Es que no me has oído? Acabo de decírtelo. Es mi ayudante. Trabajamos juntos en el teatro.      —¿Nada más?
Ángela soltó un suspiro. No le gustaba dar explicaciones a nadie y mucho menos a alguien que creía ver más allá de lo evidente.      
—¿Qué más quieres que diga?     
—Vamos, Angy. No te hagas la tonta conmigo. —Jugueteó con uno de los mechones de su cabello—. A mí puedes contarme cualquier cosa. Sea lo que sea…     
—Te estás precipitando —advirtió Ángela—. No es lo que crees.     
—¿Y qué es, según tú, lo que creo?     
—Pues… Maldita sea, ya sabes lo que quiero decir. O sea, lo que quieres decir…     
—Calma, no hay por qué ponerse nerviosa.     
—Nora, déjalo ya. Evan y yo sólo somos amigos.
Volvió a la carga, convencida que era su deber extraer información de algo que no estaba siendo mostrado al resto del mundo.      
—¿Y eso quién lo dice?     
—¿Cómo que quién? —Abrió la boca pero no dijo nada hasta segundos después—. Yo lo digo.        —Está bien, gruñona. Era una broma.     
—Pues no me hace ninguna gracia.     
—¿Lo ves? Ahora es evidente que te vuelves mayor de forma prematura. ¿Qué hay del sentido del humor?
Angy suspiró y cerró los ojos. Contó mentalmente hasta cinco.      
—Basta de tanta charla —dijo—. Por ahora, ya he tenido suficiente. Además, tengo que hacer un par de llamadas.
Se dio la vuelta y caminó con paso decidido hasta la puerta del dormitorio.          —Espera —soltó de repente Nora—. No te vayas.
Angy se volvió y formuló la pregunta evidente.     
—¿Por qué?
Su hermana se mordió el labio.     
—Verás, he olvidado decirte algo.
Sorprendida por la actitud de su hermana, Ángela torció el gesto, impaciente.     
—Vale, ¿de qué se trata?     
—Bueno, quería hablar contigo…     
—Ya estás hablando conmigo, Nora. Sé un poco más precisa.
Nora se levantó de la cama y se cruzó de brazos. Comenzó a mover la pierna derecha en un constante movimiento de repetición, como si tuviera un calambre.     
—Nada —se apresuró a decir—. Es sólo que… me preguntaba...     
—¿Sí?     
—Me preguntaba... —Bajó la cabeza un instante—. Angy, tú me quieres, ¿verdad?
Ángela estaba al borde de un colapso. Conocía bastante bien a su hermana, pero aquello acababa de dejarla todavía más estupefacta. Era imposible concebir el motivo de esa tonta e inesperada pregunta.     
—¿Qué? —musitó—. ¿A qué viene esa pregunta? Pues claro que te quiero. Eres mi hermana.      —Entonces, ¿harías cualquier cosa por mí?
Ahora todo parecía algo más claro. Detrás de esa repentina muestra de afecto se escondía el verdadero motivo.     
—Bueno, eso depende.     
—¿De qué? —quiso saber.     
—De lo que quieras pedirme.
Nora parecía confusa. Era un manojo de nervios y se encontraba bastante aturdida, como si fuese incapaz de dialogar consigo misma.
Una estaba justo delante de la otra sin decir nada, conservando la aparente calma y aguardando al final de esa conversación que había adquirido un semblante poco convencional.
—Está bien, me rindo. —Angy apoyó la espalda en la pared—. ¿Qué es lo que quieres?      —Quiero... Necesito pedirte un favor. —Se acercó tímidamente a su hermana mayor, temiendo escuchar una respuesta que no quería oír—. Un favor enorme.     
—De acuerdo, tú dirás.
Las palabras tenían miedo a salir de su boca. Tenía la impresión de parecer una especie de tartamuda, haciendo esfuerzos por soltar su gran discurso final.     
—¿Antes puedo hacerte una pregunta? —susurró—. ¿Para qué crees que te llamé?
Otra pregunta sin sentido y sin salida, al menos para Ángela. Creía firmemente que Nora empezaba a perder la cabeza, si es que acaso no lo había hecho ya.     
—¿Cómo que para qué? —reprochó—. Soy tu hermana. Creo que merezco estar presente el día más importante de tu vida.     
—Ya, pero no me refería a eso...     
—¿Entonces? No te sigo...
Nora la cogió de la mano, intentando ganarse su compasión.     
—No puedes negarte.     
—Por Dios, Nora —gruñó Angy—. Deja de darle vueltas al maldito tema sea cuál sea. —La sujetó por los hombros—. ¿Qué quieres que haga?
Nora cerró los ojos y apretó los párpados. Instantes después volvió a abrirlos, mostrando una mirada que se asemejaba a la de un animal pidiendo clemencia. Tragó saliva y finalmente tuvo valor para soltarlo.     
—Angy, sé la madrina de mi boda.       
Ahora estaba segura de vivir un sueño; el sueño de toda su vida. Jamás había hecho las cosas como debía, y por una vez sentía que todo su mundo era diferente: su humor, su sonrisa, su comportamiento, su corazón… Él había hecho posible todo eso y mucho más. Dorian se había convertido en algo más que un novio; un compañero perfecto para compartir el bien y el mal, por eso estaba segurísima de querer casarse con él. A fin de cuentas, ¿quién no lo estaría?
Aún recordaba con cierto sonrojo el instante fugaz en el que sus miradas se cruzaron por primera vez. Ella estaba en la biblioteca pública, decidida a encontrar un viejo libro sobre jardinería especializada que pudiese ayudarla en su nuevo trabajo como ayudante en un invernadero. Él, empeñado en descubrir algo distinto, estaba buscando desesperadamente algo que pudiera servirle como inspiración para futuras ideas.
 Todo surgió muy rápido. La escasa luz y las estanterías repletas de silenciosas historias sirvieron como escenario a esa mágica conexión inesperada, creando algo muy especial sin que ninguno de los dos pudiese hacer nada para impedirlo. En un abrir y cerrar de ojos sus latidos habían comenzado a correr más rápido; las pupilas se dilataban progresivamente y un cosquilleo nació en sus respectivos estómagos. Algo que llaman amor a primera vista, y todo por cruzarse en el momento y lugar precisos. Después de aquello las citas y veladas hasta altas horas de la madrugada se habían convertido en algo rutinario, transformando sus días en algo más que una sucesión de veinticuatro horas. Se estaban enamorando, y no les habría importado la opinión de los demás si la hubiesen tenido. En ese sentido, los dos tenían secretos que guardar, y por eso establecieron una única norma entre ellos: no hablar de nadie más salvo de ambos. Ni familias, ni amigos, ni conocidos. Un universo inventado por dos recién conocidos en el que no tenía cabida nadie más. Y es que mantener su relación en secreto incrementaba todavía más las ganas de verse, como un tornado desatado a punto de entrar en colisión con otro muy semejante.
Nora jamás había sentido nada parecido. Claro que había estado con más chicos, pero una palpitación constante dentro de ella le decía que esta vez había elegido bien. Más que bien, ya que se volvía alguien completamente diferente y mejor cuando estaba cerca de él. Ya no le importaba lo más mínimo captar la atención de todo hombre que se cruzaba en su camino; ahora sólo deseaba apropiarse de la mirada de uno en particular, y lo conseguía cada vez que se veían a escondidas, comiéndose a besos y prometiéndose que estarían juntos todo el tiempo que fuera posible.
Un día de lluvia, cuando estaban juntos en un motel a las afueras de la ciudad, perdidos entre la carretera y la distancia, Nora había mencionado lo sola que se sentía cuando él tenía que marcharse debido a su trabajo. Dorian, en un arrebato de compasión, la abrazó fuertemente al mismo tiempo que le aseguraba que su situación no tardaría demasiado en cambiar. No quiso decir más, pero sus palabras fueron suficientes para que ella comenzara a indagar en lo profundo de sus propios sentimientos. Dos días después, paseando tranquilamente bajo una tenue luz de luna, Nora ya no pudo reprimir
su deseo. Le miró directamente a los ojos y pronunció el discurso más breve pero sincero de toda su vida: «Dorian, te quiero como nunca he querido a nadie. Cásate conmigo».
Fue en ese momento cuando Nora se dio cuenta que su verdadero cuento de hadas acababa de empezar.   
No podía disimular; tenía la sonrisa dibujada en su boca y nada ni nadie conseguirían que se borrase. Se encontraba en una nube, deseosa de volver a verle. Una princesa del siglo veintiuno suspirando por su príncipe azul en mitad de toda esa gente. Había estado nerviosa durante el trayecto para ir a recoger a su hermana mayor al aeropuerto, pero esta vez era distinto. Las mariposas revoloteando en el estómago eran un claro síntoma del enamoramiento intenso que padecía. El viaje en coche no se había demorado por ningún motivo, pero las ganas que tenía de estar nuevamente a su lado le provocaban una distorsión del tiempo, como si fuera incapaz de controlarse a sí misma.
 Cuando quiso darse cuenta de su presencia, ya llegaba tarde a su encuentro. Lo tenía justo delante de ella, a unos pocos metros en línea a recta. Los ojos de ambos centellearon en silencio, muriéndose de las ganas por tenerse cerca el uno al otro. Nora ni siquiera esperó dos segundos. Salió disparada para recorrer esa mínima distancia que les separaba. Saltó a sus brazos en cuanto tuvo la oportunidad, olvidándose por completo de toda la gente que contemplaba esa escena sacada de alguna película romántica.
Ahora volvía a ser feliz, justo en ese preciso instante en que su corazón dejaba de sentirse abandonado. Estaba completa cuando él permanecía cerca lo suficiente como para sentirse casi invencible. Una dependencia totalmente óptima y saludable, que le había otorgado los seis meses más dulces y felices de su hasta entonces complicada e incomprendida vida.
 Dorian era un hombre muy atractivo. Tenía las facciones cuadradas, tensas, bien definidas; unos ojos color avellana increíblemente magnéticos y una sonrisa cautivadora. Tenía el pelo corto, alborotado por la parte de arriba dibujándole una graciosa cresta informal, y la piel suave como la de un bebé, perfectamente afeitado y desprendiendo una fragancia irresistible. Tenía el cuerpo musculoso, con una considerable altura. Vestía con vaqueros oscuros, deportivas usadas y una cazadora de cuero negra, y de su hombro izquierdo colgaba su inseparable maletín con cierres dorados. Todo un hombre de negocios, pero también alguien bastante familiar y tradicional, o eso era al menos lo que aparentaba ser, un hombre con las ideas bastante claras acerca de su presente y su futuro.      
—Dorian —susurró Nora—. Ya estabas tardando en volver.
Él sonrió con ganas, al mismo tiempo que la estrechaba entre sus brazos y la dejaba suspendida a unos considerables centímetros sobre el suelo.     
—Vaya, ¿es así cómo saludas a tu futuro marido? —Su expresión era la de un hombre enamorado, o al menos se le parecía mucho. Su sonrisa confería una cantidad bastante considerable de agradables pensamientos, cada cual más risueño que el anterior. Sus treinta años recién cumplidos le sentaban de maravilla, convirtiéndose en una especie de catalizador para la mayoría de las féminas que conocía.
Su beso fue largo y cargado de sentimiento, como si hubieran pasado años desde su último encuentro, pero en realidad no hacía ni dos semanas que se habían separado. Dorian había tenido que tomar un avión por cuestiones de trabajo, pero no por ello se había descuidado en absoluto; conocer a la familia de su novia era algo de vital importancia ahora que estaban convencidos de llevar a cabo un paso tan importante como el que estaban a punto de dar.       
—Estás preciosa —dijo—. Igual que todas las mañanas.     
—¿Te refieres a todas las mañanas sin excepción o a todas aquellas en las que me despierto contigo? —Nora parecía una chica de apenas quince años.
Dorian le devolvió la sonrisa al mismo tiempo que empezaba a caminar con ella de la mano, en dirección a la salida.     
—Cuando digo todas, me refiero a todas y a cada una de ellas.   
Nora había preferido sentarse en el asiento del copiloto. Estaba demasiado ensimismada para conducir, y los reflejos de Dorian eran muy superiores a los suyos. Estaban escuchando su disco favorito, una recopilación de canciones que habían estado escuchando durante sus seis meses de relación. Todas eran canciones amorosas, llenas de mensajes que predicaban un mismo significado.
Estaba sonando la última de ellas cuando Nora apagó bruscamente el reproductor de música. Dorian desvió la mirada hacia ella, buscando una explicación lógica.     
—¿Por qué has hecho eso?     
—Sabes que con música no puedo pensar con claridad.     
—Ahora no hay nada de lo que debas preocuparte. —Encendió de nuevo el reproductor—. Relájate.
Nora no obedeció. Volvió a apagar el aparato y se revolvió en el asiento. Comenzó con su típico movimiento de pierna.     
—Está bien —dijo Dorian—, ¿vas a decirme qué ocurre?     
—Nada —mintió ella.    
Él soltó una carcajada sonora mientras volvía a prestar más atención a la carretera, aferrando con fuerza el volante.       
—Nora, a mí no puedes engañarme. —Posó su mano derecha sobre la rodilla de su novia—. Eres más transparente de lo que crees.       
—No lo creo.     
—Oh, desde luego que sí —insistió—. Vamos, dímelo. ¿Por qué estás así?     
—¿Acaso no es evidente? —pronunció Nora—. Vamos directos a mi casa. Vas a conocer a mi familia y…     
Dorian torció la cabeza y suspiró con franqueza. No le gustaba que Nora se encontrase de esa forma; él ya estaba suficientemente nervioso y necesitaba que ella tuviera la cabeza despejada.      
—Fue tu decisión, Nora. Tú dijiste que sería mejor conocerles antes de la boda.
—Lo sé, pero ahora estoy tan nerviosa que no puedo pensar en nada. No sé cómo van a reaccionar. —Su voz temblaba—. Es decir, sí que lo sé, pero no al cien por cien…     
—Escucha, pase lo que pase, nada va a cambiar. Vamos a casarnos dentro de apenas unas semanas y no tendremos que darle explicaciones a nadie. Nunca lo hemos hecho y menos a partir de ahora. —Los músculos de su cuello se relajaron—. Todo va a salir bien, ¿vale?
Cruzaron el largo puente que conducía directamente a la isla. El cielo estaba despejado y todo apuntaba a un día cargado de buena temperatura. La casa se volvía más grande con cada metro recorrido, y cuando finalmente estuvieron cerca, Dorian redujo la velocidad. Tenía un nudo en la garganta y otro en el estómago, pero estaba empeñado en no mostrar miedo. Estaba exagerando las cosas y al final no sería para tanto. Después de todo, ¿qué era lo peor que podía pasar?     
—Oh, Dios mío —susurró Nora—. Nos están esperando afuera.     
—Nora, relájate. Que yo sepa, son tus padres, no los míos.
Salieron lentamente del coche, como si retrasar su encuentro fuese a servir de algo.
Dorian tenía la impresión de estar a punto de desvanecerse en un mar plagado de tiburones, en especial cuando interceptó la mirada verdosa del padre de Nora; unos ojos grandes y verdes que parecían estar perforando su cabeza.
Julia esperaba impaciente al lado de su marido; sonreía de oreja a oreja y no dejaba de moverse, con un tic nervioso en ambas manos. El padre de familia se mostraba más bien en un estado de vigilia, como si su deber fuese controlar la situación.
Nora se adelantó y saludó con la mano a sus padres. Se volvió hacia su novio y se preparó para el primer contacto directo entre ellos.     
—Mamá, papa, este es Dorian. —Cambió la dirección de su mano—. Dorian, estos son mis padres.
Dorian estaba a punto de extender su mano cuando Julia le dio un gran abrazo, dejándole parcialmente confuso.     
—¡Dorian! —gritó—. Vaya, ¡qué nombre tan bonito! —Se separó rápidamente de él—. Bienvenido a la familia.     
—Gracias —susurró tímidamente.
Tragó saliva y volvió a repetir el mismo gesto con la mano con la esperanza de que su futuro suegro no hiciera el mismo numerito. Por suerte o por desgracia, así fue.
Vladimir le estrechó la mano con decisión, apretando lo suficiente como para no hacer daño pero sí para dejar claro quién mandaba allí.     
—Señor, es un placer conocerle.     
—Ya —gruñó—, lo mismo digo, Dorian.
Era una estampa curiosa. Los cuatro allí amontonados justo a la entrada intentando disimular la incertidumbre que reinaba en la atmósfera.     
—Bueno, ya está —susurró Julia—. Al fin te conocemos.
Dorian asintió en silencio, con el nudo en la garganta apretándole cada vez más.     
—¿Tenéis hambre? —preguntó.     
—Sí —se apresuró a decir Nora.      
—Genial —dijo su madre al mismo tiempo que se hacía a un lado para dejar libre la entrada de la casa—. ¿Pasamos dentro?
La casa estaba impecable y reluciente, más que de costumbre. Estaba claro que Julia quería causar una buena impresión a su invitado y a juzgar por la expresión de Dorian, desde luego lo había conseguido.
Pasaron al salón pero ninguno tomó asiento salvo Vladimir, que estaba más interesado en las noticias del periódico que en su yerno.
Nora parecía haber dejado arrinconados a sus nervios. Su cara ya no estaba tan tensa y respiraba con normalidad. No dejaba de mirar de un lado para otro, como si estuviera buscando algo o a alguien.
Le guiñó un ojo a su novio.     
—Espera aquí —dijo con una sonrisa—. En seguida bajo.     
—Pero... —Sus ojos pedían clemencia—. ¿Qué vas a hacer allí arriba?     
—Voy a buscar a mi hermana.
Dorian palideció. La escena era curiosa: tres desconocidos compartiendo un mismo habitáculo. Por fortuna, su tortura no fue demasiado larga, ya que Nora apenas tardó en volver a bajar del piso de arriba.
Su expresión estaba cubierta de incertidumbre, como si algo no encajase.     
—Mamá —dijo—, ¿dónde está Angy?
Julia la miró con asombro, como si no entendiese la pregunta que acababan de formularle. Frunció el entrecejo.     
—¿Angy? En su habitación. La he escuchado remover las cosas de su armario justo antes de que llegarais.
La cara de su hija pequeña se estremeció.     
—Pues no está.      —¿Cómo que no está? —repitió.
Vladimir carraspeó ligeramente, lo suficiente para que Nora centrase su mirada en él, con la esperanza de encontrar la respuesta que quería oír.     
—Papá, ¿tu sabes algo?
Vladimir arqueó las cejas y levantó las manos, como si no tuviese ni idea.     
—A mí no me mires —dijo—. He estado todo el tiempo en la entrada. No la he visto.
Dorian estaba algo confuso. No entendía la complejidad de la situación, pero a juzgar por la cara de su novia, algo no iba bien.
Nora comenzó a andar de un lado para otro, intentando encontrar a Ángela en algún sitio. Buscó en la cocina, en los dos cuartos de baño, en el resto de los dormitorios e incluso en la parte de atrás de la casa, pero no logró dar con ella.
—¿Dónde diablos se ha metido?     
—Tranquilízate, cariño —aconsejó Julia—. Seguro que aparecerá de un momento a otro.     
—Esto es absurdo, mamá —rugió Nora—. No he tardado ni dos horas en volver. Antes de marcharme estaba en su habitación. ¿Adónde ha podido ir?     
—A lo mejor ha tenido que marcharse por cuestiones de trabajo —aventuró su padre—. Quizás algo urgente. Ya sabes cómo es tu hermana.
Nora le fulminó con la mirada, como si no contemplase esa posibilidad.     
—Espero que por su bien, no tarde demasiado en volver.
     Dorian sentía que era el momento, si no el adecuado, sí el único para hablar.     
—Nora, tranquila. No pasa nada. No hay prisa. Seguro que aparecerá pronto.     
—No, Dorian. Tú no lo entiendes. —Se mordió el labio y apretó los puños—. Se pasa todo el año fuera de casa por culpa de su trabajo, y nunca está cuando la necesito. Prometió que estaría presente y acabas de comprobar que no es así. Odio que no cumpla sus promesas. Soy parte de su familia, maldita sea. ¿Acaso tenía algo más importante que hacer aparte de conocer al novio de su hermana?
A pesar de sus seis meses de relación, Dorian no recordaba haberla visto de esa manera, tan enfadada y decepcionada al mismo tiempo.
Nora se revolvió el pelo con una de las manos y fue directamente a coger su abrigo. Dorian se estremeció por ver esa simple escena y la siguió hasta la entrada.    
—¿Te vas? —preguntó Dorian.      
—Sí, voy a ir a buscarla.     
—Vivís en una isla. —No daba crédito a lo que acababa de oír—. ¿Crees que va a estar ahí afuera?     
—Al menos voy a echar un vistazo.
Dorian se acercó a un palmo de su cara.      
—No vuelvas a dejarme solo, por favor. —De repente se le ocurrió una posible solución—. Voy contigo.     
—¿Qué? —Nora arqueó las cejas—. Ni hablar. Tengo que hablar con ella. Es decir, si la encuentro. —Resopló con énfasis—. Quédate con mis padres. Estaré de vuelta lo antes posible.
Ni siquiera le dio opción a contradecir sus palabras. Nora salió con paso decidido, abandonándole a su suerte en esa casa que acababa de pisar.
Dorian se sentía como un estúpido, allí de pie y reacio a entablar conversación con esos dos desconocidos que pronto dejarían de serlo.     
—Dorian —dijo Julia—, ¿te gustaría tomar algo de beber?
Una pregunta sencilla pero complicada a la vez. Si decía que no, quedaría como un maleducado; si decía que sí, quizás se mostrase confiado antes de tiempo.     
—Agua —respondió—, por favor.     
—¿Nada más?     
—No. —Esbozó esa sonrisa tan característica suya con el fin de encandilar a su amable suegra—. Es más que suficiente, gracias.
Al cabo de un minuto Julia volvió con un enorme vaso lleno hasta el borde.
Para no mostrar signos de mala educación, Dorian decidió bebérselo de un trago. Una mala idea ya que, como pudo comprobar, el agua estaba demasiado fría, lo que le provocó un breve pero intenso dolor en la garganta.     
—¿Quieres otro?     
—No, gracias. Ya he bebido bastante.
La cara de Julia era todo un poema. Se había esforzado para que ese día fuese especial y de momento lo único que tenía entre manos en aquel momento era una familia dispersa, con sus hijas afuera, un marido ausente mentalmente y un yerno especialmente tímido.     
—Voy a volver a la cocina —apuntó—. Aún tengo que preparar la comida…
En el salón quedaban ellos dos, como los competidores más fuertes para lucha, pero Dorian no tenía intención de luchar contra él.     
—Tienen una casa muy bonita —comentó.
Vladimir se cruzó de brazos y asintió.     
—Puedes echarle un vistazo. Mira todo lo que quieras.
Se tomó aquello al pie de la letra, confiando en hacer lo correcto. Comenzó con pasos torpes, observando con detalle cada elemento del salón. La cálida pintura que envolvía las paredes suponía una estimulación para relajarse, y las flores que descansaban en ese enorme jarrón de una mesilla lateral inundaban con su olor la estancia. Recorrió cada estantería con ojos atentos, sonriendo por dentro. Sentía que los nervios se iban disipando poco a poco. Lo que más le llamaba la atención al ir desplazándose era la cantidad de cuadros que había diseminados por allí. Ni siquiera se tomó la molestia de contarlos para darse cuenta que eran demasiados. Un montón de imágenes de una bonita familia: padre, madre e hijas. La sonrisa de Nora aparecía en cada una de ellas.
Todo parecía ir bien hasta que algo dentro de la mente de Dorian se accionó. Con manos temblorosas, cogió un pequeño cuadro con bordes plateados y se lo acercó a los ojos, intentando comprender lo que éstos le decían. Lo que vio en aquella fotografía le paralizó el corazón.

2 comentarios:

Valerie Peace dijo...

Lo sabia! Sabia que era él!
Gracias por publicarla :D
Besos!
P.D: Quiero lo que sigue :3

Leer es Sinónimo de Vivir dijo...

Lo pides .............. lo tienes!!!!!

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